domingo, julio 5

Melodiosa obsesión

Mi relación con la música es obsesiva. No soy músico ni se tocar ningún instrumento musical más allá de algunas melodías torpes con la zampoña. No obstante, cuando siento que una nueva canción me envuelve con su cadencia, ritmo, altos, bajos, compás y demás, me encuentro en la obligación de escuchar aquella melodía una y otra vez como si se tratara de una dependencia insana, una adicción necesaria en la que consumo la melodía hasta sus partículas más pequeñas, mientras inconscientemente la voy desgastando en mi cerebro al escucharla cíclicamente durante horas, días o semanas. Pasado el tiempo, las canciones parecen cascarones fosilizados, las cuales ya no representan todo aquél frenesí que me tuvo absorto durante algún tiempo. Ha llegado el tiempo de una nueva obsesión.




Marzo de 2018. Esta vez la obsesión viene de la mano de un aria perteneciente a la ópera francesa, Carmen, compuesta en 1875 por Georges Bizet; lleva por título "L'amour est un oiseau rebelle", en español: "El amor es un pájaro rebelde, popularmente conocida como "La Habanera". La armonía que encuentro escuchando ésta ópera es sublime.

jueves, mayo 14

¿Qué pasa en Tía María?

Tía María es una consecuencia. Más allá de las razones iniciales del conflicto y de sopesar cuál de las partes tiene razón; estamos ante la desnudez de nuestra sociedad más precaria a nivel social: la intolerancia, el racismo, los prejuicios, el abuso, la injusticia abundan y se desprenden a borbotones desde todos los ángulos posibles: el gobierno, los dirigentes, los protestantes, la policía, los inversores, la prensa e incluso la opinión pública.

A estas alturas, la desinformación de lo que sucede en Islay es evidente. No desde el punto de vista del silencio cómplice ante el desborde –ya no es posible-. La desinformación viene desde la parcialización de posturas por intereses propios (económicos o políticos), originando una mala información que se traduce en datos inexactos, en asumir supuestas actitudes dolosas sin prueba alguna, en pruebas sembradas para incriminar personas, o hasta en crónicas periodísticas insensibles. Todo esto, en consecuencia, origina una mayor polarización en el país, innecesaria para la búsqueda de una solución.

Todos tienen parte de error en este conflicto. El fracaso del diálogo es responsabilidad de un gobierno timorato y de dirigentes sociales obtusos. Sin embargo no es justificable la política coercitiva a ultranza que hoy asume el Estado al autorizar la intervención militar en la protesta popular. Avergüenza saber que incluso periodistas lo avalen, razonando erróneamente que las Fuerzas Armadas están mejor preparadas para reestablecer el orden y controlar desmanes. Esto no tiene lógica posible. El ejército no está preparado ni para crear, ni mantener ni restaurar el orden de los ciudadanos. Ellos están preparados para afrontar conflictos de mayor alcance nacional tanto internos como externos. No podemos dejar pasar por alto que el ejército –por más buenas intenciones que tenga- tiene una preparación distinta a la de la policía nacional. En este contexto, es evidente que los derechos humanos es cuento chino al momento de decidir si es necesario disparar disuasivamente o al cuerpo para neutralizarlo (matarlo), aquello significa un atentado directo al Estado democrático de derecho, que al menos en la región Arequipa se ha perdido. En definitiva, un despropósito por donde se le mire.

Análisis aparte merecerá entender las razones reales del fracaso en las negociaciones e individualizar a los responsables de este fiasco. Hoy, sin embargo, es el Estado el encargado de reestablecer las condiciones necesarias para una convivencia saludable. La dificultad no obstante, radica en el arcaico pensamiento que el fuego se apaga con más fuego. Prueba de esto, son las innecesarias declaraciones del presidente, tachando de delincuentes a los promotores de la protesta. Han pasado seis años desde el conflicto en Bagua y aún no aprendemos.

Visto en La República

sábado, enero 31

Decisiones

Existen malas decisiones, desafortunadas circunstancias, adversos contextos, realidades ajenas, variables funestas y aun así tenemos la capacidad de seguir intentando aquello una y otra vez. Claro. El problema viene cuando a pesar de los intentos, se siguen tomando equivocadas decisiones, escogiendo con premura las circunstancias, inmiscuyéndose en contextos desfavorables, viviendo en realidades prestadas y soportando variables inefables. Entonces, cansino de la derrota, se culpa a la suerte, como si ésta fuera un ente palpable e impertérrito el cual decide con quien ser benévolo y con quien descargar los infortunios ahorrados de las personas triunfantes.

Algo de eso me pasa hoy, he cogido la alfombra y estoy juntando debajo de ella todas mis desventuras en un nutrido conjunto de miserias, sacando el cuerpo de todas ellas, como si hubiesen ocurrido ajenas a mi responsabilidad. Por donde se mire, esto es una desfachatez. Soy culpable, claro está, de mis desgracias más recurrentes, aunque siempre será más fácil manipular la verdad a mi conveniencia, y convencer con aspavientos de fanfarrón al que me pregunte, porqué tienen que compadecerse de mis desventuras, después de todo soy la víctima a pesar de haber actuado con dolo.

Pensé en escribir dolor, resentimiento, pena. Formular insultos cargados de adjetivos y sinónimos y adverbios mal conjugados. No puedo. No lo mereces. No lo merezco. Debo ser honesto, cuando escribo, soy incapaz de sostener mentiras sofisticadas por considerarlo indecoroso. Para mí, escribir es un ejercicio de limpia, desinfecto el alma de manchas podridas mientras camino por una frágil escalinata ondulada hasta los confines de mi existencia, idea tras idea voy descubriendo a su paso la infección generalizada de mis malas decisiones en largos párrafos de prosa desordenada.


Sólo para aclarar, esto no se trata de “alguien” se trata de todo o mejor aún, de todas. Es una constante cíclica, la cual se repite inexorablemente con matices y distracciones que entretienen mis sentidos en un camino circular donde a veces tengo que correr, otras caminar, otras disimular, otras camuflarme a fin de seguir jugando en mi propia trampa, siempre desembocando en el mismo aciago ámbito de desposesión representado en noches oscuras, sin estrellas, sin sombras, sin excusas. Aquellas noches, en las que con manos vacías y con el corazón revolcado de sensaciones opresivas me detengo en la inmensidad de la nada, en ese limbo de indefensión que se produce cada vez que se pierde a alguien, en esas noches, comprendo que cada insignificante decisión trae una consecuencia dolorosa con el paso del tiempo. Aunque, comprender no siempre significa aprender.

Visto en amaliorey

jueves, enero 29

¿Quién es un diletante?

Me han preguntado constantemente ¿qué o quién es un diletante?, debo confesar que este término poco usado yo tampoco lo conocía. La primera referencia de esta palabra la leí en un libro de Gabo, dicha referencia cito textualmente a continuación:

"Si uno quiere ser escritor tiene que estar dispuesto a serlo veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días del año. ¿Quién fue el que dijo aquello que si me llega la inspiración me encontrará escribiendo? Ése sabía lo que decía. Los diletantes pueden darse e lujo de mariposear, de pasarse la vida saltando de una cosa a otra sin ahondar en ninguna, pero nosotros no. El nuestro es un oficio de galeotes, no de diletantes.

Gabriel García Márquez, La bendita manía de contar.

sábado, enero 24

Quítate la ropa

“Quítate la ropa” le dijo sin mirarla, desajustando la percudida correa del reloj de plástico con decoraciones metálicas de su muñeca izquierda, mientras deambulaba entre pensamientos abstractos de decisiones urgentes que no se atrevía a tomar por el peso de las consecuencias. Estos pensamientos le dibujaron un rictus de ofuscación mientras sus dedos seguían titubeando con la correa apretada sin lograr ningún avance. De pronto sintió que ella lo miraba a través del espejo lateral colocado en una de las paredes de la habitación. Percibió en su mirada distraída el golpe de un reproche ineludible que lo traspasó en el corazón, el mismo que compulsivamente se aceleró con una sensación de culpabilidad.

“Disculpa” le dijo observándola a través del espejo “tengo poco tiempo, en una hora y media debo estar en esa reunión” sentenció mientras se acercaba a pasos lentos. “Además…” intento seguir, deteniéndose un segundo después ante el gesto de ella que con la mano agitó con desprecio un vaivén de clausura. “No me digas nada” le dijo por fin, pronunciando las palabras de manera clara, con un ritmo pausado y cansino que denotaba un ánimo de hartazgo, cansada de repetir una rutina que odiaba de principio a fin, pero que le hacía falta como una droga para sentirse viva, útil, consciente de su existencia en una vida predestinada a ser corta. Era su adicción.

Ella se levantó sin interés, mientras deambuló por el cuarto, caminando sin prisas desnudándose en el andar. Primero se retiró la blusa, botón a botón, macerando sus pensamientos de rencor. “Hace tres años que hago esto por ti” le dijo pausadamente, sin dejar al descubierto la intencionalidad positiva o negativa en su dicción. Desabotonó el último botón. “Siempre te lo he agradecido” le respondió él con una premura infantil, intentando excusarse a pesar de que no existía ninguna acusación. “Por eso te quiero” se animó a murmurar detrás de ella, colocando sus ásperas manos en el hombro desnudo de la treintañera mujer. Ella se deshizo de él al instante “No quiero que me agradezcas” le dijo. “Y tampoco quiero que me toques antes de estar los dos desnudos”.

Lo odiaba. Después de tantas tardes compartiendo la misma hora, en el mismo lugar, bajo las mismas condiciones, había visto como las mejores intenciones de su vida se habían evaporado, vaporizadas por el calor propio de la realidad que siempre él se encargaba de describir con pesimismo, despedazando las esperanzas de vivir un amor verdadero. Esperanzas. Las esperanzas habían sido para ella, como pequeñas esferas de naftalina en una bolsa de plástico estrecha y transparente. Tenía muchas. Pero todas estaban destinadas a perecer en el ámbito clausurado de un amor a escondidas. La última esfera estaba en efecto difuminándose, dejando un aroma indefinible, corto de intensidad, el mismo que se subordinaba al claustro infernal de un ropero cargado de abrigos impregnados de olores nefastos para la felicidad.

“Ven amor, estoy desnudo ya” le dijo él con avidez mientras se acostaba en el lado izquierdo de la cama, arrastrando hacia afuera las sábanas con sus pies. Ella se volteó desanimada y al acercarse, desnuda le dijo con crispación “Aún tienes las medias, sabes que las odio”, “Y tú sabes que nunca me las sacó” le respondió con extrañeza. Le tendió la mano. Ella la tomó.

La besó con angustia, mientras apretujaba su pecho con los senos desnudos de ella, los sintió marchitos, así como sintió que los labios de ella le respondían con una frialdad glaciar. No se rindió. Empezó a tocarla por encima de su desnudez, poniéndose encima de ella mientras una distraída gota de sudor invadía su rostro. Ella lo observó a contraluz y sintió repulsión de la gota grasienta que discurría por su rostro. Se sintió descubierta en la gota adiposa, observó (imaginó) reflejarse indolente, triste, a punto del desborde. Se sintió culpable por haber aceptado forzar la situación a un extremo de no retorno. Saboreó la determinación de deshacerse de él como una penitencia dispuesta a afrontar. Cerró los ojos.


Salvador Dalí

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