Distante por el sendero camina un hombrecito sin luz. Recorre el
camino agazapado, ensimismado, escondiéndose del día, con las cuencas de los
ojos desorbitados; intentando –mientras camina- separar las ideas racionales de
las fantasiosas. No es fácil. Se ha encontrado inmerso en una fantasía utópica
que lo ha consumido entero y casi lo deja sin vida, o quizás sigue ahí, o
quizás nunca estuvo ahí físicamente, o quizás ya murió y quien camina es su
recuerdo; seguramente su vida nunca estuvo en peligro; aunque lo más probable
es que mitad de su alma siga en aquella vorágine de fuego, luz y oscuridad.
El hombrecito sin luz no es mayor de 25 años; a pesar de ello, su
aspecto desgarbado, sombrío, menudo, con ojeras profusas y ennegrecidas por la
constante vigilia que ha soportado el último año tras sus delirios constantes;
lo hace verse como un anciano en franco desvarío. Sus piernas otrora
saludables, son ahora escuálidas y paulatinamente han empezado a separarse una
de la otra dándole una apariencia caricaturesca y de constante desequilibrio.
¡Se va a caer!
Por fin se detuvo. Después de catorce horas caminando (huyendo),
se ha detenido al pie de una laguna turquesa, que dibuja su reflejo con
especial rencor, porque a pesar de mostrar a la perfección el reflejo de su
cuerpecito menudo, su rostro permanece oculto. Preocupado, se cambia de
posición e incluso acerca su cara al agua, rozando su barbilla con el frescor
del manantial, pero su rostro sigue sin aparecer; en cambio, un parche oscuro
parecía haberse impregnado por encima de su cuello. “Sigo alucinando” pensó con
recelo el hombrecito sin luz. “Mi rostro está aquí” se dijo a si mismo,
mientras palpaba con sus manos, su faz llena de vello capilar, producto de no
haberse afeitado quién sabe desde cuándo.
El hombrecito sin luz se ha dormido al pie del lago. Al estar sin
luz, sus sueños se le han escapado; no los puede contener dentro de sí y sus
ensoñaciones han comenzado a proyectarse alrededor de él inconscientemente. Los
huerequeques, en su recorrido nocturno habitual lo han visto roncar y
compadecidos por el sueño profuso del hombrecito, han pasado en silencio, no
sin antes divertirse con las jocosas situaciones proyectadas desde el sueño del
hombrecito. Lo han visto bailando un huainito, lo han visto borracho cantando
en quechua con llanto en los ojos, lo han visto tartamudeando ante una mujer
desnuda allende cuando era adolescente.
¿Y la luz? ¿Alguien sabe dónde está la luz? Ni siquiera el
hombrecito sabía dónde se había quedado su luz; de hecho, ni él mismo sabía de
la evaporación de su luz. ¿Qué sabía de todos modos el hombrecito sin luz? Si
apenas era capaz de recordar el suceso. Así es, el hombrecito sin
luz también había perdido la capacidad de recordar. A pesar de llevar un año en
esta penosa situación, sólo recordaba la noche en la que, saliendo de la fiesta
de San Juan, se había encontrado de bruces con aquella fantasía utópica (o
distópica) ¡Oh aquella fantasía!, la sentía tan palpable, y hasta saboreaba sus
sensaciones iniciáticas cada mañana; luego, las otras sensaciones, las del
desenlace más bien le causaban escalofríos. Por eso él seguía escapando. No
sabía entonces que llevaba un año escapando, aunque por sus propios desvaríos
su huida se limitada a un andar y desandar por los mismos senderos que lo
perdieron en el monte.
¿Y tú? ¿Qué consideras ha sucedido para que el hombrecito se
quedara sin luz?