Imagina un día de caminata por un distrito cualquiera de tu ciudad, en
compañía de tus amigos buscando una dirección para cerrar una compra pactada en
Internet. De pronto, en las cercanías escuchas como tres sonidos parecidos a
los cohetecillos de navidad explotan en el aire mientras un rumor de gritos sordos
van creciendo en el aire. ¡Espera! -te dice un amigo visiblemente alarmado,
¡son balas! -grita por fin, asustado: ¡Corre! Como la adrenalina no deja que
razones con tranquilidad, empiezas una carrera a ninguna parte mientras sientes
que los alaridos se acercan cada vez más. Volteas una esquina y te encuentras
de frente con un grupo de personas molestas, dos de ellas con armas de fuego, quienes
al mirarte vuelven a disparar al aire y ser acercan raudos sin dudar. A pesar
que tus amigos corren en dirección contraria, tú no los sigues, en cambio
esperas resuelto a aclarar cualquier duda y explicar a los vecinos que no estás
escapando de nada como al parecer ellos creen. Sin embargo, cuando el grupo
llega a tu lado, parece no tener paciencia suficiente para escuchar tus
argumentos y de bienvenida te condicionan con dos golpes en la cabeza enrevesados
con empujones y otras hostilidades. Mientras te amarran, tú intentas explicar
atropelladamente la confusión en la que todos están cayendo, empero, en vez de
escucharte te preguntan una y otra vez agresivamente ¿Por qué lo has hecho?
¿Por qué te has atrevido a robar en el mercado de “la vuelta”? ¿No te da
vergüenza? Ya más alarmado les pides calma y un minuto de explicación. Pero a
estas alturas ya nadie quiere escucharte, a pesar de que han vaciado tus
bolsillos y no han encontrado el dinero del supuesto robo; el que tu camiseta y
porte físico coincida con la visualización lejana del delincuente, son pruebas
suficientes de tu culpabilidad. Escuchas sin esperanzas como discuten tu
futuro.
Es bastante evidente que el desenlace de nuestro protagonista no será bueno, pero ese pequeño detalle lo dejo a tu discreción, imaginación y morbo. De todos modos, sé que ya estás imaginando lo que ocurrirá después. Dicho esto, como ya te habrás dado cuenta, intento identificarte con una situación que bien podría ocurrir la próxima semana, si es que se comienza a implantar esta iniciativa denominada “Justicia popular” solicitada por ciudadanos haciendo uso válido de su libertad de expresión. Las soluciones más eficaces hablan de mutilar, agredir, apedrear, ¿esterilizar? Bueno la idea no es tan mala ¿no?, Esterilizamos (castramos) a un violador y lo violamos de paso, así limpiamos un poco la ciudad de tanta salvajada y advertimos a las demás bestias de lo que les va a pasar si siguen cometiendo delitos. Coacción psicológica que le llaman. Siempre funciona, por eso en Estados Unidos siguen habiendo matanzas a pesar de las penas de muerte. ¿O no era así?
Sin embargo, surgen dudas válidas que es necesario abordarlas para entender bien lo que podría ocurrir en caso que estos ajusticiamientos ocurran. En primer término, ¿quién tomaría la decisión? ¿Qué vecino es lo suficientemente “justo” para encargarse de determinar la pena popular que afrontará el delincuente? ¿Qué pasa si mañana más tarde este justiciero aprovecha su inmaculado poder y comienza a ejecutar al amante de su esposa, o al vecino que le debe dinero o al enamorado de su hija acusándolos de delitos inexistentes? ¿Sus vecinos tendrán que ajusticiarlo también para retornar al equilibrio inicial? Será acaso un Robespierre guillotinado.
Luego está el tema propuesto al principio ¿y si ejecutamos inocentes? No me
refiero a que los ejecutemos a propósito, pero la confusión es una variable
humana que está y estará presente siempre; ¡vamos! que no tenemos el don de la
omnipotencia y la historia nos lo ha demostrado muchas veces. Sin irnos muy
lejos hace algunos meses en Juliaca quemaron vivo a un empresario porque lo
confundieron con un ratero. ¿Su pecado? Intentar asustar a los verdaderos
delincuentes con disparos al aire. Entonces, ¿quién responde por esa vida? ¿A
quién juzgamos por ese homicidio calificado? Será acaso que se piensa responder
con un “Fuenteovejuna” a fin de que el anonimato de la multitud oculte la
responsabilidad de este error de cálculo. Suena bastante injusto ¿no creen?
Otro punto destacable es, ¿realmente la delincuencia disminuirá si se
ejecuta estas amputaciones públicas a personas inculpadas de delitos? ¿Realmente
esperamos que esto nos convierta en una sociedad más justa y tranquila,
teniendo en cuenta que es la herencia que dejaremos a nuestros hijos? Imaginen
las imitaciones en las escuelas “castigando” a aquél pequeño que cogió un
borrador sin pedirlo prestado antes. ¿Qué, estoy exagerando? ¡Esperen!,
escolares el año pasado realizaban gymkanas
girando tuercas con la aprobación y
supervisión de profesores, todo porque lo vieron en la televisión y está de
moda ¿no?
Por último, ¿cuál es la consecuencia final de apagar el fuego con un
lanzallamas? Esto puede empezar con castigos a delincuentes comunes y terminar
con inocentes quedamos por la sola sospecha de ser culpables. Cuando se desata
la violencia producida por la paranoia trae consecuencias calamitosas, si no
que nos cuenten las muchachas de otras latitudes quienes eran quemadas acusadas
de brujas por el desconocimiento de enfermedades desconocidas y la paranoia en
su aspecto más cruel.
Repasadas estas dudas, ¿cuál es la solución? Hace poco me comentaron “espera
que asalten tu casa y maten a tus padres para que abras los ojos y recapacites”.
No lo niego, vivir una experiencia así debe despertar todos los instintos vengativos
guardados dentro de mi personalidad; pero ese es justamente mi miedo, que es
emoción violenta pura lo que guiaría mis pasos. Además, considero que si se
comienza esta corriente de justicia privada, pronto la delincuencia podría
evolucionar a un nivel aún más difícil de enfrentar. Entonces, ¿qué propongo?
Bueno no estaría mal recordar lo logrado hace menos de un año actuando como una
sociedad medianamente unida, quebrando la voluntad estatal y obligándola a
derogar una ley que ellos consideraban esencial; pero que a todas luces era un
despropósito (Ley Pulpín) ¿Cómo se logró? Haciendo uso de aquello que a veces discriminamos
como un derecho menor: “libertad de expresión”.
Creo sin dudas que una acción en conjunto de estudiantes, sociedad civil,
defensores de Derechos Humanos y otros tantos, lograría convocar
multitudinarias marchas para exigir al gobierno reformas reales y necesarias en
el Poder Judicial y la Policía Nacional del Perú a fin de frenar el avance de
la delincuencia. Es cierto que tenemos como presidente a un camarón dormido a
la deriva, entonces ¿qué esperamos?, vamos a despertarlo con nuestra voz
indignada y propongamos medidas sensatas. Es nuestra sociedad, nuestro país,
nuestra tranquilidad la que está en juego. Eso es todo.