sábado, enero 31

Decisiones

Existen malas decisiones, desafortunadas circunstancias, adversos contextos, realidades ajenas, variables funestas y aun así tenemos la capacidad de seguir intentando aquello una y otra vez. Claro. El problema viene cuando a pesar de los intentos, se siguen tomando equivocadas decisiones, escogiendo con premura las circunstancias, inmiscuyéndose en contextos desfavorables, viviendo en realidades prestadas y soportando variables inefables. Entonces, cansino de la derrota, se culpa a la suerte, como si ésta fuera un ente palpable e impertérrito el cual decide con quien ser benévolo y con quien descargar los infortunios ahorrados de las personas triunfantes.

Algo de eso me pasa hoy, he cogido la alfombra y estoy juntando debajo de ella todas mis desventuras en un nutrido conjunto de miserias, sacando el cuerpo de todas ellas, como si hubiesen ocurrido ajenas a mi responsabilidad. Por donde se mire, esto es una desfachatez. Soy culpable, claro está, de mis desgracias más recurrentes, aunque siempre será más fácil manipular la verdad a mi conveniencia, y convencer con aspavientos de fanfarrón al que me pregunte, porqué tienen que compadecerse de mis desventuras, después de todo soy la víctima a pesar de haber actuado con dolo.

Pensé en escribir dolor, resentimiento, pena. Formular insultos cargados de adjetivos y sinónimos y adverbios mal conjugados. No puedo. No lo mereces. No lo merezco. Debo ser honesto, cuando escribo, soy incapaz de sostener mentiras sofisticadas por considerarlo indecoroso. Para mí, escribir es un ejercicio de limpia, desinfecto el alma de manchas podridas mientras camino por una frágil escalinata ondulada hasta los confines de mi existencia, idea tras idea voy descubriendo a su paso la infección generalizada de mis malas decisiones en largos párrafos de prosa desordenada.


Sólo para aclarar, esto no se trata de “alguien” se trata de todo o mejor aún, de todas. Es una constante cíclica, la cual se repite inexorablemente con matices y distracciones que entretienen mis sentidos en un camino circular donde a veces tengo que correr, otras caminar, otras disimular, otras camuflarme a fin de seguir jugando en mi propia trampa, siempre desembocando en el mismo aciago ámbito de desposesión representado en noches oscuras, sin estrellas, sin sombras, sin excusas. Aquellas noches, en las que con manos vacías y con el corazón revolcado de sensaciones opresivas me detengo en la inmensidad de la nada, en ese limbo de indefensión que se produce cada vez que se pierde a alguien, en esas noches, comprendo que cada insignificante decisión trae una consecuencia dolorosa con el paso del tiempo. Aunque, comprender no siempre significa aprender.

Visto en amaliorey

jueves, enero 29

¿Quién es un diletante?

Me han preguntado constantemente ¿qué o quién es un diletante?, debo confesar que este término poco usado yo tampoco lo conocía. La primera referencia de esta palabra la leí en un libro de Gabo, dicha referencia cito textualmente a continuación:

"Si uno quiere ser escritor tiene que estar dispuesto a serlo veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días del año. ¿Quién fue el que dijo aquello que si me llega la inspiración me encontrará escribiendo? Ése sabía lo que decía. Los diletantes pueden darse e lujo de mariposear, de pasarse la vida saltando de una cosa a otra sin ahondar en ninguna, pero nosotros no. El nuestro es un oficio de galeotes, no de diletantes.

Gabriel García Márquez, La bendita manía de contar.

sábado, enero 24

Quítate la ropa

“Quítate la ropa” le dijo sin mirarla, desajustando la percudida correa del reloj de plástico con decoraciones metálicas de su muñeca izquierda, mientras deambulaba entre pensamientos abstractos de decisiones urgentes que no se atrevía a tomar por el peso de las consecuencias. Estos pensamientos le dibujaron un rictus de ofuscación mientras sus dedos seguían titubeando con la correa apretada sin lograr ningún avance. De pronto sintió que ella lo miraba a través del espejo lateral colocado en una de las paredes de la habitación. Percibió en su mirada distraída el golpe de un reproche ineludible que lo traspasó en el corazón, el mismo que compulsivamente se aceleró con una sensación de culpabilidad.

“Disculpa” le dijo observándola a través del espejo “tengo poco tiempo, en una hora y media debo estar en esa reunión” sentenció mientras se acercaba a pasos lentos. “Además…” intento seguir, deteniéndose un segundo después ante el gesto de ella que con la mano agitó con desprecio un vaivén de clausura. “No me digas nada” le dijo por fin, pronunciando las palabras de manera clara, con un ritmo pausado y cansino que denotaba un ánimo de hartazgo, cansada de repetir una rutina que odiaba de principio a fin, pero que le hacía falta como una droga para sentirse viva, útil, consciente de su existencia en una vida predestinada a ser corta. Era su adicción.

Ella se levantó sin interés, mientras deambuló por el cuarto, caminando sin prisas desnudándose en el andar. Primero se retiró la blusa, botón a botón, macerando sus pensamientos de rencor. “Hace tres años que hago esto por ti” le dijo pausadamente, sin dejar al descubierto la intencionalidad positiva o negativa en su dicción. Desabotonó el último botón. “Siempre te lo he agradecido” le respondió él con una premura infantil, intentando excusarse a pesar de que no existía ninguna acusación. “Por eso te quiero” se animó a murmurar detrás de ella, colocando sus ásperas manos en el hombro desnudo de la treintañera mujer. Ella se deshizo de él al instante “No quiero que me agradezcas” le dijo. “Y tampoco quiero que me toques antes de estar los dos desnudos”.

Lo odiaba. Después de tantas tardes compartiendo la misma hora, en el mismo lugar, bajo las mismas condiciones, había visto como las mejores intenciones de su vida se habían evaporado, vaporizadas por el calor propio de la realidad que siempre él se encargaba de describir con pesimismo, despedazando las esperanzas de vivir un amor verdadero. Esperanzas. Las esperanzas habían sido para ella, como pequeñas esferas de naftalina en una bolsa de plástico estrecha y transparente. Tenía muchas. Pero todas estaban destinadas a perecer en el ámbito clausurado de un amor a escondidas. La última esfera estaba en efecto difuminándose, dejando un aroma indefinible, corto de intensidad, el mismo que se subordinaba al claustro infernal de un ropero cargado de abrigos impregnados de olores nefastos para la felicidad.

“Ven amor, estoy desnudo ya” le dijo él con avidez mientras se acostaba en el lado izquierdo de la cama, arrastrando hacia afuera las sábanas con sus pies. Ella se volteó desanimada y al acercarse, desnuda le dijo con crispación “Aún tienes las medias, sabes que las odio”, “Y tú sabes que nunca me las sacó” le respondió con extrañeza. Le tendió la mano. Ella la tomó.

La besó con angustia, mientras apretujaba su pecho con los senos desnudos de ella, los sintió marchitos, así como sintió que los labios de ella le respondían con una frialdad glaciar. No se rindió. Empezó a tocarla por encima de su desnudez, poniéndose encima de ella mientras una distraída gota de sudor invadía su rostro. Ella lo observó a contraluz y sintió repulsión de la gota grasienta que discurría por su rostro. Se sintió descubierta en la gota adiposa, observó (imaginó) reflejarse indolente, triste, a punto del desborde. Se sintió culpable por haber aceptado forzar la situación a un extremo de no retorno. Saboreó la determinación de deshacerse de él como una penitencia dispuesta a afrontar. Cerró los ojos.


Salvador Dalí

sábado, enero 17

La obsesión de Fátima

Fátima dormitaba distraídamente en un asiento indistinto de un bus de transporte público. Era un bus modelo Yutóng, con una extensión de 12 metros a lo largo, su carrocería tenía franjas laterales pintadas de amarillo intenso, moteadas a su vez con azul eléctrico acompañadas de tipografía, la misma que anunciaba el recorrido del viaje. En el interior del bus había ciento veinticinco pasajeros a pesar que un aviso colocado en el interior,  mencionaba la capacidad máxima en setenta y dos.

Era una noche despejada, las nubes habían sido desterradas del cielo por ligeros vientos que causaban una sensación de frescura al caminar, a pesar de esto las lunas cerradas del bus frenaban la frescura de la noche originando un ámbito pesado y claustrofóbico. No obstante, desde la ventana se podía observar  la luna llena acaparando con su luminosidad la ignota noche limeña.

Fátima salía de trabajar a las cinco y media de la tarde, caminaba cerca de quince minutos por una ancha avenida rumbo al paradero de buses en donde abordaba uno para regresar a casa. Acostumbraba, retornar sentada y dormitando en la parte media del bus, al lado de la ventana de emergencia. Conectaba sus audífonos   azules al teléfono celular y se entregaba a la adrenalina musical con un nivel de volumen moderado. La sensación de escisión del mundo real a través de fuertes melodías era un placer necesario, era su manera de desconectarse del contexto que la rodeaba. Se entregaba a fantasías inventadas a medida, dónde era ella siempre la vocalista principal, la showman carismática, la rockstar codiciada, quien manejaba a la masa palpitante a su gusto y antojo, obligándolos a humillarse delante de ella.

Antes de entregarse al mundo fantástico de las 6 de la tarde, tenía por costumbre cerciorar que su acompañante de viaje fuera mujer. Detestaba la presencia masculina cercana, había desarrollado una intransigencia sicótica contra los hombres, intolerancia que se acrecentaba con el paso de los años volviéndose una obsesión inmanejable. Tanta era su testarudez, que más de una vez había detenido la movilidad al menos tres veces para bajarse en cualquier paradero, por la incapacidad de saberse al lado de un hombre compartiendo el mismo espacio. Aquél día su rutina no cambió, comprobó con satisfacción que su compañía era una señora con gesto cansino, desenrolló los auriculares con paciencia y se entregó al mundo estrambótico de sus sueños lúcidos.

Media hora más tarde sintió de golpe que su acompañante se puso de pie, y se perdió entre las tinieblas indefinidas de la multitud desconocida, en su lugar Fátima sintió a alguien ocupando el lugar, esta nueva persona parecía un tanto menos gordo pero ocupaba un mayor espacio en el asiento de al lado, ella lo percibió cuando sintió que abría sus piernas con descuido invadiendo su límite imaginario. Fue entonces que lo entendió: era un hombre. Recorrió por el cuerpo de Fátima una pequeña crispación de rechazo, mientras que asió con más fuerza el celular que llevaba en la mano derecha y apretó el botón del volumen elevándolo a su límite máximo.

No quiso abrir los ojos por la repulsión iniciática, giró su cabeza disimuladamente hacia el lado de la ventana e intento respirar de manera pausada y profunda, aspirando suavemente el aire obtuso mientras sentía como sus latidos se volvían desacompasados por la rapidez con la que golpeteaban. Intentó situarse nuevamente en una inmensa pasarela de flores amarillas, donde ella modelaba extravagantes vestidos al ritmo de Cant Stop de Red Hot Chili Peppers, sin embargo la realidad la sacudió sin atenuantes cuando el brazo del sujeto frotó sin disimulo el antebrazo de ella en un movimiento raudo que hubiese pasado por casual en otras circunstancias, con otras personas. Fátima se sentía agobiada por el ultraje, además el aire caliente sin circular en el interior del bus, no dejaba que piense con claridad imposibilitándola de tomar una decisión pronta. Su acompañante debió coger la misma preocupación flotando en el aire encharcado dado que de inmediato se inclinó a su derecha para abrir la ventana sin dificultad. Al hacerlo, el cabello ensortijado de Fátima raspó el anónimo rostro produciendo en ella un nuevo sudor frío que la recorrió entera.

Durante el siguiente minuto Fátima intentó darse valor desde el desaliento, paralizada de miedo optó por cambiar de canciones repetidamente, buscando una tranquilidad inexistente, lo hizo sin abrir los párpados, guiándose por la costumbre mecánica manejando su teléfono desarrollada en tantos viajes. En ese lapso de tiempo se debatió entre la irrealidad y la certeza de la agresión espontánea de su acompañante, no obstante, todas las dudas escamparon de improviso cuando una mano se detuvo encima de su pierna izquierda a la altura del muslo ejerciendo una insana presión sobre ella; al unísono, Fátima no logró evitar dibujar en su rostro una mueca de asco al percibir el aliento ácido del sujeto acercándose a su cuello. No soportó. Fátima soltó un destartalado grito a la par que abría los ojos con rabia y se ponía de pie abruptamente golpeándose la rodilla al hacerlo.


En el regazo de su madre, un niño de cuatro años miró a Fátima levantarse como un vendaval de furia. Sus ojos curiosos se cubrieron de lágrimas inocentes apenas escuchó los gritos destemplados de la señorita de rulos café, intentó despertar a su madre entre sollozos quien yacía dormida al costado de Fátima, desentendida del escándalo. Fátima tardó diez segundos en entender la situación. No supo que hacer.
Ximena Beatriz, visto en flickrhivemind.net

sábado, enero 10

CONTAR HISTORIAS

No existe algún otro escritor que haya ejercido hasta el momento mayor influencia en mí, como lo ha venido haciendo durante toda mi vida Gabriel García Márquez. Desde que descubrí Cien años de soledad; entendí que la narración no era una sucesión de hechos contados de manera ordenada con algunos adjetivos decorativos para su mejor presentación; si no que era aquella pasión por narrar historias, por explicarle al mundo la realidad de uno mismo, era esa magia transmitida en flores amarillas que caen del cielo, ese misterio contenido en Remedios la bella, era esa capacidad de trasladar al lector a una realidad paralela donde podía ocurrir desde la situación más casera hasta la posibilidad más utópica.

No creo posible siquiera rasgar las faldas de la prosa de Gabo, pero éste blog dentro de su limitada capacidad es un intento sincero de trasladarte a través de historias, cuentos, ficciones, sentimientos, pasiones, relatos, pensamientos, elucubraciones a universo paralelo en donde podemos vivir y sentir realidades accesorias a la nuestra, complementando de esta manera nuestra propia manera de existir. La literatura después de todo nos brinda la oportunidad de existir donde nada existe, de sentir donde no hay sensaciones, de vivir donde no se ha descubierto la vida. La literatura es al fin y al cabo una magia bendita que salvaguarda la labor perpetua del hombre desde los albores de su existencia: saber contar historias.

Si se preguntan porque me hago llamar “diletante”, no encontrarán la respuesta hoy. En el transcurso del tiempo al conocer más de mí, entenderán a que me refiero y compartirán seguramente mi certeza. Hasta entonces, publicaré algo cada semana con las ansias de que al menos a alguien le agrade. Allá vamos.
Tweets por el @jcoco2515.