domingo, junio 24

¿Qué es el amor?


¿Alguna vez te has enamorado? Le preguntó con interés, mientras veía como se colocaba nuevamente la ropa interior con paciencia. Él dudó en responder. Después de ocho meses de sexo sin compromiso, ¿era acaso que ella comenzaba a enamorarse y por eso le hacía esa pregunta? La miró con una sonrisa dudosa y tomando consciencia de lo que estaban haciendo, despejó sus dudas y le respondió.

- ¿Acaso tú sabes lo que es el amor? Yo no sé qué es, y a pesar que he sentido muchas veces tenerlo entre mis manos como algo tangible, al parpadear se desvanece como una burbuja de jabón. Algunas ocasiones son burbujas pequeñas que causan un pequeño cosquilleo al desaparecer, otras veces, son tan enormes que al explotar expulsan sus cristales de jabón y agua salpicándote entero. Créeme que cuesta trabajo limpiarse de esas esquirlas, sobre todo porque algunas terminan muy dentro de uno.
- Sigues sin responderme –lo interrumpió ella mirando al techo, luego volteó a verlo– ha pasado casi un año y sigues sin abrir tu corazón.

- Te pregunto si sabes lo que es el amor, porque sólo definiéndolo puedes identificar si alguna vez lo alcanzaste o no. Como te decía, no estoy seguro de lo que es, por tanto no sé si alguna de las tantas veces que me ilusioné puede relacionarse con un amor verdadero, o acaso fueron ilusiones que entretuvieron mis sentimientos, mi realidad, mi percepción. Puede haber sido la necesidad de no sentirse solo también. Somos humanos y queremos siempre estar acompañados, queremos siempre estar relacionados, necesitamos estar conectados con las demás personas, sean amistades, familia, o la pareja.

- Mientes –le dijo mirándolo con melancolía– Tú amabas a Karen. Ambos sabemos todo lo que hiciste por seguir junto a ella.

- ¿Y crees que eso era amor? –le respondió con brusquedad–

- Sí. Yo vi como te desvivías por ella. Vi los detalles que le hacías. Vi cómo sufrías cuando ella se alejaba. Te escuché en el teléfono llorar varias veces por ella. Eras como un niño perdido en su primer día de clases, llorando porque su mamá no estaba y pensabas que la habías perdido para siempre.

- Esa sensación de abandonó –maceró su dicción–. Es verdad, nunca en mi vida había derramado tantas lágrimas juntas. Era un sentimiento inmenso. Tan inmenso que no creo volver a sentir algo igual en toda mi vida. –Tomó una pausa–. ¿Recuerdas el terremoto del 2007? Ese día estaba ensayando en el colegio para un concurso de danzas. Cuando comenzó nadie se dio cuenta. Estábamos en pleno baile, con la música a todo volumen, concentrados en nuestros pasos y la alineación de la coreografía. Habrán pasado cinco o diez segundos cuando un compañero cayó de la nada al suelo. Quise reírme, creo que hasta abrí la boca para burlarme cuando sentimos al unísono el sacudón. Me caí. Otros no podían sostenerse en pie. De los pabellones escuchamos los gritos de las escolares mientras el suelo nos sacudía en un vaivén sin pausas. Vimos como el mástil de la bandera se ladeaba hasta que cayó a nuestro lado. Recuerdo el llanto de una profesora porque el portón estaba con llave y ella quería salir a pesar que el terremoto no había terminado de pasar. Dos putos minutos interminables. Fue un caos. El papá de mi mejor amigo falleció, compañeros de la catequesis se quedaron dentro de la Parroquia sin oportunidad a salir, a mi tío le cayó una pared encima. –Otra pausa–. ¿Has sentido esa conmoción alguna vez? Esa conmoción de estar viviendo tu vida de la manera más terrena posible y de pronto una hecatombe te arranca y envuelve en un vendaval. Eso fue lo que me pasó con Karen. Esa misma devastación es la que me envolvió en los seis meses que estuve con ella. ¿Parece poco, no? Pero hay relaciones que duran años y nunca pasa nada, viven su rutina y nada más. Pero ésta en su poco tiempo, me hizo ir y venir a la luna varias veces. Llegó a mi vida para desmentir todas las verdades que creía conocer del amor, de la vida, de la amistad, de la lealtad, de los valores. Karen llegó como el rumor de una ola tenue, bañando la playa con una fuerza pausada. Los primeros meses fueron hermosos, y estuve tan pletórico que no me di cuenta cómo iba cambiando mi vida conforme me dejaba influenciar por su presencia. Luego, la fuerza de las olas iba creciendo. Ya no eran débiles, se presentía su naturaleza destructora pero era un peligro controlado. Así pensaba yo, y como un mocoso en los juegos mecánicos, seguí entregándome sin rescoldos a la vivencia de subir a una máquina de entretención salvaje, esas que te vapulean sin sentido, sin poder controlar la sensación de vacío en tu cuerpo; aquellas donde te subes porque a pesar de las sensaciones, no hay peligro real. Todo está correctamente controlado. Por eso, ni las discusiones con los amigos, ni la diferencia con mi mamá, ni tus advertencias sirvieron. Me envicié. Su presencia se convirtió en algo insustituible. Cuando ya el remezón era genuinamente fuerte, había renunciado a todas mis seguridades y suprimiendo incluso mi propia dignidad, seguí a su lado, soportando y aceptando todo. Solamente para no separarme de ella, no perder el olor de su cabello, el aroma de su sexo, la fuerza de su desprecio. Cada día había algo nuevo que perdonar, una situación nueva que tolerar, un hecho nuevo que me sorprendía. Hasta que opté por desconectar mi escala de valores, terminé aceptando que la única forma de seguir con ella era sucumbir a su manera tan bizarra de comportarse, y aun así yo era para ella un instrumento reemplazable. Por eso el llanto. Por eso me sentía huérfano; porque a pesar de darle todo, de permitirle todo, de perdonarle todo y de amarla con mi vida entera; no entendía porque ella se empeñaba en no darme el amor que me soltaba a migajas. No entendía porque me reemplazaba cada vez que podía con alguien más, no entendía porque me obligaba a realizar actos impensados meses atrás, no entendía por qué no me amaba. Había leído de amores tóxicos con cierta inquietud, pero nunca hasta ahora hubiera imaginado que iba a vivir uno así. Un amor de mierda.

- Pero lo superaste –le dijo mientras limpiaba una lágrima que escapaba por los ojos de él-

- Sí. Aunque siento he dejado una parte de mi vida en esa historia. Una muy grande. No volveré a vivir un amor así nunca más. Y no porque sea un deseo propio. Es porque es imposible volver a vivir algo de esta magnitud.

- ¿Y esto qué es? –le respondió con una media sonrisa, para relajar la tensión–

- Somos cómplices. Desde esa noche lluviosa en la que nos deshicimos de ella para siempre. Somos cómplices. Y no hay vuelta atrás.




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