¿Alguna vez te has
enamorado? Le preguntó con interés, mientras veía como se colocaba nuevamente
la ropa interior con paciencia. Él dudó en responder. Después de ocho meses de
sexo sin compromiso, ¿era acaso que ella comenzaba a enamorarse y por eso le hacía
esa pregunta? La miró con una sonrisa dudosa y tomando consciencia de lo que
estaban haciendo, despejó sus dudas y le respondió.
- ¿Acaso tú sabes
lo que es el amor? Yo no sé qué es, y a pesar que he sentido muchas veces
tenerlo entre mis manos como algo tangible, al parpadear se desvanece como una
burbuja de jabón. Algunas ocasiones son burbujas pequeñas que causan un pequeño
cosquilleo al desaparecer, otras veces, son tan enormes que al explotar
expulsan sus cristales de jabón y agua salpicándote entero. Créeme que cuesta
trabajo limpiarse de esas esquirlas, sobre todo porque algunas terminan muy
dentro de uno.
- Sigues sin
responderme –lo interrumpió ella mirando al techo, luego volteó a verlo– ha
pasado casi un año y sigues sin abrir tu corazón.
- Te pregunto si
sabes lo que es el amor, porque sólo definiéndolo puedes identificar si alguna
vez lo alcanzaste o no. Como te decía, no estoy seguro de lo que es, por tanto
no sé si alguna de las tantas veces que me ilusioné puede relacionarse con un
amor verdadero, o acaso fueron ilusiones que entretuvieron mis sentimientos, mi
realidad, mi percepción. Puede haber sido la necesidad de no sentirse solo
también. Somos humanos y queremos siempre estar acompañados, queremos siempre
estar relacionados, necesitamos estar conectados con las demás personas, sean
amistades, familia, o la pareja.
- Mientes –le dijo
mirándolo con melancolía– Tú amabas a Karen. Ambos sabemos todo lo que hiciste
por seguir junto a ella.
- ¿Y crees que eso
era amor? –le respondió con brusquedad–
- Sí. Yo vi como te
desvivías por ella. Vi los detalles que le hacías. Vi cómo sufrías cuando ella
se alejaba. Te escuché en el teléfono llorar varias veces por ella. Eras como
un niño perdido en su primer día de clases, llorando porque su mamá no estaba y
pensabas que la habías perdido para siempre.
- Esa sensación de
abandonó –maceró su dicción–. Es verdad, nunca en mi vida había derramado
tantas lágrimas juntas. Era un sentimiento inmenso. Tan inmenso que no creo
volver a sentir algo igual en toda mi vida. –Tomó una pausa–. ¿Recuerdas el
terremoto del 2007? Ese día estaba ensayando en el colegio para un concurso de
danzas. Cuando comenzó nadie se dio cuenta. Estábamos en pleno baile, con la
música a todo volumen, concentrados en nuestros pasos y la alineación de la
coreografía. Habrán pasado cinco o diez segundos cuando un compañero cayó de la
nada al suelo. Quise reírme, creo que hasta abrí la boca para burlarme cuando
sentimos al unísono el sacudón. Me caí. Otros no podían sostenerse en pie. De
los pabellones escuchamos los gritos de las escolares mientras el suelo nos
sacudía en un vaivén sin pausas. Vimos como el mástil de la bandera se ladeaba
hasta que cayó a nuestro lado. Recuerdo el llanto de una profesora porque el
portón estaba con llave y ella quería salir a pesar que el terremoto no había
terminado de pasar. Dos putos minutos interminables. Fue un caos. El papá de mi
mejor amigo falleció, compañeros de la catequesis se quedaron dentro de la
Parroquia sin oportunidad a salir, a mi tío le cayó una pared encima. –Otra
pausa–. ¿Has sentido esa conmoción alguna vez? Esa conmoción de estar viviendo
tu vida de la manera más terrena posible y de pronto una hecatombe te arranca y
envuelve en un vendaval. Eso fue lo que me pasó con Karen. Esa misma
devastación es la que me envolvió en los seis meses que estuve con ella.
¿Parece poco, no? Pero hay relaciones que duran años y nunca pasa nada, viven
su rutina y nada más. Pero ésta en su poco tiempo, me hizo ir y venir a la luna
varias veces. Llegó a mi vida para desmentir todas las verdades que creía
conocer del amor, de la vida, de la amistad, de la lealtad, de los valores.
Karen llegó como el rumor de una ola tenue, bañando la playa con una fuerza
pausada. Los primeros meses fueron hermosos, y estuve tan pletórico que no me
di cuenta cómo iba cambiando mi vida conforme me dejaba influenciar por su
presencia. Luego, la fuerza de las olas iba creciendo. Ya no eran débiles, se
presentía su naturaleza destructora pero era un peligro controlado. Así pensaba
yo, y como un mocoso en los juegos mecánicos, seguí entregándome sin rescoldos
a la vivencia de subir a una máquina de entretención salvaje, esas que te
vapulean sin sentido, sin poder controlar la sensación de vacío en tu cuerpo; aquellas
donde te subes porque a pesar de las sensaciones, no hay peligro real. Todo
está correctamente controlado. Por eso, ni las discusiones con los amigos, ni
la diferencia con mi mamá, ni tus advertencias sirvieron. Me envicié. Su
presencia se convirtió en algo insustituible. Cuando ya el remezón era
genuinamente fuerte, había renunciado a todas mis seguridades y suprimiendo
incluso mi propia dignidad, seguí a su lado, soportando y aceptando todo. Solamente
para no separarme de ella, no perder el olor de su cabello, el aroma de su
sexo, la fuerza de su desprecio. Cada día había algo nuevo que perdonar, una
situación nueva que tolerar, un hecho nuevo que me sorprendía. Hasta que opté
por desconectar mi escala de valores, terminé aceptando que la única forma de
seguir con ella era sucumbir a su manera tan bizarra de comportarse, y aun así
yo era para ella un instrumento reemplazable. Por eso el llanto. Por eso me
sentía huérfano; porque a pesar de darle todo, de permitirle todo, de
perdonarle todo y de amarla con mi vida entera; no entendía porque ella se
empeñaba en no darme el amor que me soltaba a migajas. No entendía porque me
reemplazaba cada vez que podía con alguien más, no entendía porque me obligaba
a realizar actos impensados meses atrás, no entendía por qué no me amaba. Había
leído de amores tóxicos con cierta inquietud, pero nunca hasta ahora hubiera
imaginado que iba a vivir uno así. Un amor de mierda.
- Pero lo superaste
–le dijo mientras limpiaba una lágrima que escapaba por los ojos de él-
- Sí. Aunque siento
he dejado una parte de mi vida en esa historia. Una muy grande. No volveré a
vivir un amor así nunca más. Y no porque sea un deseo propio. Es porque es
imposible volver a vivir algo de esta magnitud.
- ¿Y esto qué es? –le
respondió con una media sonrisa, para relajar la tensión–
- Somos cómplices.
Desde esa noche lluviosa en la que nos deshicimos de ella para siempre. Somos cómplices. Y no hay vuelta atrás.
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