Existen malas decisiones, desafortunadas circunstancias, adversos
contextos, realidades ajenas, variables funestas y aun así tenemos la capacidad
de seguir intentando aquello una y otra vez. Claro. El problema viene cuando a
pesar de los intentos, se siguen tomando equivocadas decisiones, escogiendo con
premura las circunstancias, inmiscuyéndose en contextos desfavorables, viviendo
en realidades prestadas y soportando variables inefables. Entonces, cansino de
la derrota, se culpa a la suerte, como si ésta fuera un ente palpable e
impertérrito el cual decide con quien ser benévolo y con quien descargar los
infortunios ahorrados de las personas triunfantes.
Algo de eso me pasa hoy, he cogido la alfombra y estoy juntando debajo de
ella todas mis desventuras en un nutrido conjunto de miserias, sacando el
cuerpo de todas ellas, como si hubiesen ocurrido ajenas a mi responsabilidad. Por
donde se mire, esto es una desfachatez. Soy culpable, claro está, de mis
desgracias más recurrentes, aunque siempre será más fácil manipular la verdad a
mi conveniencia, y convencer con aspavientos de fanfarrón al que me pregunte,
porqué tienen que compadecerse de mis desventuras, después de todo soy la
víctima a pesar de haber actuado con dolo.
Pensé en escribir dolor, resentimiento, pena. Formular insultos cargados de
adjetivos y sinónimos y adverbios mal conjugados. No puedo. No lo mereces. No
lo merezco. Debo ser honesto, cuando escribo, soy incapaz de sostener mentiras
sofisticadas por considerarlo indecoroso. Para mí, escribir es un ejercicio de
limpia, desinfecto el alma de manchas podridas mientras camino por una frágil
escalinata ondulada hasta los confines de mi existencia, idea tras idea voy descubriendo
a su paso la infección generalizada de mis malas decisiones en largos párrafos
de prosa desordenada.
Sólo para aclarar, esto no se trata de “alguien” se trata de todo o mejor
aún, de todas. Es una constante cíclica, la cual se repite inexorablemente con
matices y distracciones que entretienen mis sentidos en un camino circular
donde a veces tengo que correr, otras caminar, otras disimular, otras
camuflarme a fin de seguir jugando en mi propia trampa, siempre desembocando en
el mismo aciago ámbito de desposesión representado en noches oscuras, sin
estrellas, sin sombras, sin excusas. Aquellas noches, en las que con manos
vacías y con el corazón revolcado de sensaciones opresivas me detengo en la
inmensidad de la nada, en ese limbo de indefensión que se produce cada vez que
se pierde a alguien, en esas noches, comprendo que cada insignificante decisión
trae una consecuencia dolorosa con el paso del tiempo. Aunque, comprender no
siempre significa aprender.
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