Fátima dormitaba distraídamente en
un asiento indistinto de un bus de transporte
público. Era un bus modelo Yutóng, con
una extensión de 12 metros a lo largo, su carrocería tenía franjas laterales
pintadas de amarillo intenso, moteadas a su vez con azul eléctrico acompañadas
de tipografía, la misma que anunciaba el recorrido del viaje. En el interior
del bus había ciento veinticinco pasajeros a pesar que un aviso colocado en el
interior, mencionaba la capacidad máxima
en setenta y dos.
Era una noche despejada, las nubes habían sido desterradas del cielo por
ligeros vientos que causaban una sensación de frescura al caminar, a pesar de
esto las lunas cerradas del bus frenaban la frescura de la noche originando un
ámbito pesado y claustrofóbico. No obstante, desde la ventana se podía observar
la luna llena acaparando con su
luminosidad la ignota noche limeña.
Fátima salía de trabajar a las cinco y media de la tarde, caminaba cerca de
quince minutos por una ancha avenida rumbo al paradero de buses en donde
abordaba uno para regresar a casa. Acostumbraba, retornar sentada y dormitando
en la parte media del bus, al lado de la ventana de emergencia. Conectaba sus
audífonos azules al teléfono celular y
se entregaba a la adrenalina musical con un nivel de volumen moderado. La sensación
de escisión del mundo real a través de fuertes melodías era un placer necesario,
era su manera de desconectarse del contexto que la rodeaba. Se entregaba a
fantasías inventadas a medida, dónde era ella siempre la vocalista principal, la
showman carismática, la rockstar codiciada, quien manejaba a la
masa palpitante a su gusto y antojo, obligándolos a humillarse delante de ella.
Antes de entregarse al mundo fantástico de las 6 de la tarde, tenía por
costumbre cerciorar que su acompañante de viaje fuera mujer. Detestaba la
presencia masculina cercana, había desarrollado una intransigencia sicótica
contra los hombres, intolerancia que se acrecentaba con el paso de los años volviéndose
una obsesión inmanejable. Tanta era su testarudez, que más de una vez había
detenido la movilidad al menos tres veces para bajarse en cualquier paradero, por
la incapacidad de saberse al lado de un hombre compartiendo el mismo espacio. Aquél
día su rutina no cambió, comprobó con satisfacción que su compañía era una
señora con gesto cansino, desenrolló los auriculares con paciencia y se entregó
al mundo estrambótico de sus sueños lúcidos.
Media hora más tarde sintió de golpe que su acompañante se puso de pie, y
se perdió entre las tinieblas indefinidas de la multitud desconocida, en su
lugar Fátima sintió a alguien ocupando el lugar, esta nueva persona parecía un
tanto menos gordo pero ocupaba un mayor espacio en el asiento de al lado, ella lo
percibió cuando sintió que abría sus piernas con descuido invadiendo su límite
imaginario. Fue entonces que lo entendió: era un hombre. Recorrió por el cuerpo
de Fátima una pequeña crispación de rechazo, mientras que asió con más fuerza
el celular que llevaba en la mano derecha y apretó el botón del volumen
elevándolo a su límite máximo.
No quiso abrir los ojos por la repulsión iniciática, giró su cabeza
disimuladamente hacia el lado de la ventana e intento respirar de manera
pausada y profunda, aspirando suavemente el aire obtuso mientras sentía como sus
latidos se volvían desacompasados por la rapidez con la que golpeteaban.
Intentó situarse nuevamente en una inmensa pasarela de flores amarillas, donde
ella modelaba extravagantes vestidos al ritmo de Can’ t Stop de Red
Hot Chili Peppers, sin embargo la realidad la sacudió sin atenuantes cuando
el brazo del sujeto frotó sin disimulo el antebrazo de ella en un movimiento raudo
que hubiese pasado por casual en otras circunstancias, con otras personas.
Fátima se sentía agobiada por el ultraje, además el aire caliente sin circular
en el interior del bus, no dejaba que piense con claridad imposibilitándola de
tomar una decisión pronta. Su acompañante debió coger la misma preocupación
flotando en el aire encharcado dado que de inmediato se inclinó a su derecha para
abrir la ventana sin dificultad. Al hacerlo, el cabello ensortijado de Fátima raspó
el anónimo rostro produciendo en ella un nuevo sudor frío que la recorrió
entera.
Durante el siguiente minuto Fátima intentó darse valor desde el desaliento,
paralizada de miedo optó por cambiar de canciones repetidamente, buscando una
tranquilidad inexistente, lo hizo sin abrir los párpados, guiándose por la
costumbre mecánica manejando su teléfono desarrollada en tantos viajes. En ese
lapso de tiempo se debatió entre la irrealidad y la certeza de la agresión
espontánea de su acompañante, no obstante, todas las dudas escamparon de
improviso cuando una mano se detuvo encima de su pierna izquierda a la altura
del muslo ejerciendo una insana presión sobre ella; al unísono, Fátima no logró
evitar dibujar en su rostro una mueca de asco al percibir el aliento ácido del
sujeto acercándose a su cuello. No soportó. Fátima soltó un destartalado grito
a la par que abría los ojos con rabia y se ponía de pie abruptamente
golpeándose la rodilla al hacerlo.
En el regazo de su madre, un niño de cuatro años miró a Fátima levantarse como
un vendaval de furia. Sus ojos curiosos se cubrieron de lágrimas inocentes
apenas escuchó los gritos destemplados de la señorita de rulos café, intentó despertar
a su madre entre sollozos quien yacía dormida al costado de Fátima,
desentendida del escándalo. Fátima tardó diez segundos en entender la
situación. No supo que hacer.
Ximena Beatriz, visto en flickrhivemind.net |
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