sábado, enero 17

La obsesión de Fátima

Fátima dormitaba distraídamente en un asiento indistinto de un bus de transporte público. Era un bus modelo Yutóng, con una extensión de 12 metros a lo largo, su carrocería tenía franjas laterales pintadas de amarillo intenso, moteadas a su vez con azul eléctrico acompañadas de tipografía, la misma que anunciaba el recorrido del viaje. En el interior del bus había ciento veinticinco pasajeros a pesar que un aviso colocado en el interior,  mencionaba la capacidad máxima en setenta y dos.

Era una noche despejada, las nubes habían sido desterradas del cielo por ligeros vientos que causaban una sensación de frescura al caminar, a pesar de esto las lunas cerradas del bus frenaban la frescura de la noche originando un ámbito pesado y claustrofóbico. No obstante, desde la ventana se podía observar  la luna llena acaparando con su luminosidad la ignota noche limeña.

Fátima salía de trabajar a las cinco y media de la tarde, caminaba cerca de quince minutos por una ancha avenida rumbo al paradero de buses en donde abordaba uno para regresar a casa. Acostumbraba, retornar sentada y dormitando en la parte media del bus, al lado de la ventana de emergencia. Conectaba sus audífonos   azules al teléfono celular y se entregaba a la adrenalina musical con un nivel de volumen moderado. La sensación de escisión del mundo real a través de fuertes melodías era un placer necesario, era su manera de desconectarse del contexto que la rodeaba. Se entregaba a fantasías inventadas a medida, dónde era ella siempre la vocalista principal, la showman carismática, la rockstar codiciada, quien manejaba a la masa palpitante a su gusto y antojo, obligándolos a humillarse delante de ella.

Antes de entregarse al mundo fantástico de las 6 de la tarde, tenía por costumbre cerciorar que su acompañante de viaje fuera mujer. Detestaba la presencia masculina cercana, había desarrollado una intransigencia sicótica contra los hombres, intolerancia que se acrecentaba con el paso de los años volviéndose una obsesión inmanejable. Tanta era su testarudez, que más de una vez había detenido la movilidad al menos tres veces para bajarse en cualquier paradero, por la incapacidad de saberse al lado de un hombre compartiendo el mismo espacio. Aquél día su rutina no cambió, comprobó con satisfacción que su compañía era una señora con gesto cansino, desenrolló los auriculares con paciencia y se entregó al mundo estrambótico de sus sueños lúcidos.

Media hora más tarde sintió de golpe que su acompañante se puso de pie, y se perdió entre las tinieblas indefinidas de la multitud desconocida, en su lugar Fátima sintió a alguien ocupando el lugar, esta nueva persona parecía un tanto menos gordo pero ocupaba un mayor espacio en el asiento de al lado, ella lo percibió cuando sintió que abría sus piernas con descuido invadiendo su límite imaginario. Fue entonces que lo entendió: era un hombre. Recorrió por el cuerpo de Fátima una pequeña crispación de rechazo, mientras que asió con más fuerza el celular que llevaba en la mano derecha y apretó el botón del volumen elevándolo a su límite máximo.

No quiso abrir los ojos por la repulsión iniciática, giró su cabeza disimuladamente hacia el lado de la ventana e intento respirar de manera pausada y profunda, aspirando suavemente el aire obtuso mientras sentía como sus latidos se volvían desacompasados por la rapidez con la que golpeteaban. Intentó situarse nuevamente en una inmensa pasarela de flores amarillas, donde ella modelaba extravagantes vestidos al ritmo de Cant Stop de Red Hot Chili Peppers, sin embargo la realidad la sacudió sin atenuantes cuando el brazo del sujeto frotó sin disimulo el antebrazo de ella en un movimiento raudo que hubiese pasado por casual en otras circunstancias, con otras personas. Fátima se sentía agobiada por el ultraje, además el aire caliente sin circular en el interior del bus, no dejaba que piense con claridad imposibilitándola de tomar una decisión pronta. Su acompañante debió coger la misma preocupación flotando en el aire encharcado dado que de inmediato se inclinó a su derecha para abrir la ventana sin dificultad. Al hacerlo, el cabello ensortijado de Fátima raspó el anónimo rostro produciendo en ella un nuevo sudor frío que la recorrió entera.

Durante el siguiente minuto Fátima intentó darse valor desde el desaliento, paralizada de miedo optó por cambiar de canciones repetidamente, buscando una tranquilidad inexistente, lo hizo sin abrir los párpados, guiándose por la costumbre mecánica manejando su teléfono desarrollada en tantos viajes. En ese lapso de tiempo se debatió entre la irrealidad y la certeza de la agresión espontánea de su acompañante, no obstante, todas las dudas escamparon de improviso cuando una mano se detuvo encima de su pierna izquierda a la altura del muslo ejerciendo una insana presión sobre ella; al unísono, Fátima no logró evitar dibujar en su rostro una mueca de asco al percibir el aliento ácido del sujeto acercándose a su cuello. No soportó. Fátima soltó un destartalado grito a la par que abría los ojos con rabia y se ponía de pie abruptamente golpeándose la rodilla al hacerlo.


En el regazo de su madre, un niño de cuatro años miró a Fátima levantarse como un vendaval de furia. Sus ojos curiosos se cubrieron de lágrimas inocentes apenas escuchó los gritos destemplados de la señorita de rulos café, intentó despertar a su madre entre sollozos quien yacía dormida al costado de Fátima, desentendida del escándalo. Fátima tardó diez segundos en entender la situación. No supo que hacer.
Ximena Beatriz, visto en flickrhivemind.net

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